sábado, 29 de agosto de 2015

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Pasan las horas, pasan los días, de repente despiertas una mañana y te miras al espejo. Confusión. Has cambiado. Has crecido.
Me encuentro tumbada en mi cama, terminando la última temporada de Gossip Girl, típica serie adolescente que tienes que ver si quieres comprender la supuesta vida adolescente deseada por todo el planeta. Para ser sincera me parece una soberana gilipollez, una crítica absurda a una sociedad que si bien siempre ha estado diferenciada en 'adinerados' y 'clase media-baja', en esta serie se potencia más aún de lo normal.
Son este tipo de cosas las que te evaden de la realidad, las que te hacen pensar en otras cosas, dispersan tu mente, y eso es necesario, cierto, pero luego la hostia se hace mucho más difícil de soportar.
Una vez cumplida la mayoría de edad nada ha cambiado, todo sigue como siempre con la única diferencia de que me pueden meter en la cárcel y puedo comprar legalmente alcohol y tabaco. Por lo demás mi vida no ha cambiado, sigo buscando mi verdadero 'yo', sé que está en algún rincón escondido y que por algún motivo no quiere salir. Maduré mucho antes de lo que me hubiera gustado, viví experiencias poco recomendadas para mi edad, lo dejé todo, me aislé, me fui en todos los sentidos que puede tener esa palabra. Aún sigo arrepentida de todo lo que no hice, decepcionada por lo que pudo ser, intrigada por saber cómo habría sido mi vida si las cosas se hubiesen hecho de manera diferente.
Me vuelvo a detener frente al espejo mientras suena "The a team" de fondo, si hay algo que tengo claro es que la vida no es fácil, ser adolescente es una mierda y creo que ser adulta es mucho peor. Por un momento me gustaría sentirme espectadora de mi propia vida en lugar de la protagonista, ver las cosas de un modo diferente, desde fuera donde no me puedan afectar las miradas, las palabras, los hechos, donde poder tener la confianza en mí suficiente para enfrentarme al mundo y decir lo que pienso, actuar como me apetece sin temer el 'qué dirán'.
Un día más me refugio en una sonrisa con la que intento comprender el peso que soportan mis hombros, al fin y al cabo, la vida.